Conrado
Pimpún, después de haber pasado unos cuantos años fuera de su pueblo, con el
ejército de la patria, volvió a la aldea de su nacimiento, acompañado de
algunas monedas de sus alcances.
Dos mozos
de pueblo le hicieron recordar que antes de irse a la guerra, en el pueblo
inmediato había dejado una novia, y le invitaron a hacerle una visita aquella
noche.
Los dos
compañeros eran unos malvados, y la expedición al pueblo inmediato no era más
que un pretexto para robar en el camino al pobre Conrado.
Éste,
halagado con la idea de ver a su novia, no bien anocheció salió con sus
fingidos amigos, y los tres se dirigieron al pueblecito próximo.
Media
hora hacía que caminaban juntos, cuando llegaron a un espeso bosque, y aquellos
dos pérfidos camaradas, encontrando la ocasión propicia para sus planes, se
echaron sobre el pobre Conrado, le tiraron por tierra, le maltrataron y le
lastimaron de tal manera los ojos, que le dejaron como ciego; después le
amarraron, le llevaron al centro del bosque, y creyéndolo muerto, le quitaron
el dinero y se dirigieron a toda prisa hacia el lugar. El fresco de la noche hizo volver al pobre
soldado de su desmayo, pues no estaba muerto, y solo a fuerza de los golpes que
le dieron había quedado desmayado.
Como
Conrado conocía muy bien el terreno, aunque estaba ciego, reconoció palpando,
el sitio donde se encontraba, y desatándose como pudo, se arrodilló e hizo al
Cielo una ferviente súplica.
Después de este deber cumplido, se sentó en el
suelo, porque no podía andar, y esperó con resignación el desenlace de su
triste aventura.
Al dar
las doce en el reloj de su aldea oyó un aleteo muy grande encima de su cabeza,
y sobrecogido de miedo se acurrucó al pie de la cruz y se puso a escuchar, ya
que no podía ver, si algún pasajero se dirigía hacia donde él estaba.
Pocos
momentos después, volvióse a oír el aleteo, y luego se repitió con más fuerza y
oyó que tres aves se habían parado en el brazo de la cruz; eran tres
grullas las cuales se pusieron a hablar.
Conrado prestó atención a lo que decían, y oyó que la primera dijo:
- ¿Qué
nuevas traes?
La segunda contestó:
- Traigo
una muy gorda: la hija del rey fronterizo está muy enferma, sin que los muchos médicos que la han visitado sepan
el modo de curarla
- ¿Y
tú lo sabes? …. Preguntó la tercera grulla.
- Sí,
hermana: existe en el estanque del prado vecino un sapo verde que es preciso
coger y quemar, y dando a la enferma sus cenizas mezcladas con vino generoso,
recuperará la salud.
- Pues
yo –dijo la grulla primera –sé una sola cosa notable, y que los hombres si la
supieran, pagarían a precio de oro.
- ¿Qué
es? Preguntaron a un tiempo las otras dos grullas.
- Es
hermanas mías, que esta noche va a caer un rocío maravilloso; el ciego que se
lave los ojos con él recobrará la vista al instante.
- Pues
yo –dijo la tercera grulla– sé que el reino vecino está llamado a desparecer
por la carencia de aguas, y que el Rey ha prometido la mano de su hija al que
cure a ésta y además descubra un manantial que apague la sed de sus súbditos y
fertilice sus campos.
- ¿Y
cómo podrá conseguirse esto? –preguntaron las otras dos grullas.
- Nada
más fácil, hermanas; en medio de la plaza del pueblo hay una piedra blanca, y a
la profundidad de tres metros un rico manantial.
Después
de esta conversación se despidieron hasta la próxima semana, y se dieron cita
para el mismo lugar y para el sábado próximo.
No bien
se ausentaron las grullas, el pobre Conrado se apoderó de algunas hierbas, se
lavó los ojos con el rocío que acababa de caer en ellas, y al momento recobró
la vista y percibió la luna y las estrellas; hincóse de rodillas, dio gracias a
Dios por el beneficio que había recibido y se dirigió al estanque; levantó las
compuertas que éste tenía, soltó el agua, vió el sapo, y antes que pudiera
meterse en su madriguera, lo cogió, lo mató, hizo lumbre con ramitas secas,
envolvió en un papel las cenizas del sapo y se dirigió hacia la capital donde
tenía el Rey su palacio, y se presentó a las puertas pidiendo ver al Rey; los
porteros y los guardas querían impedirle la entrada; pero Conrado armó tal
estrépito, para que le oyeran, que el Rey, enterado del caso, le mandó que
entrase.
-¿Qué
quieres? –le preguntó con voz displicente.
-Señor –contestó
Conrado- he sabido la enfermedad de la Princesa y la recompensa ofrecida al que
la cure, y por esto pido a Vuestra majestad permiso para verla y veinticuatro
horas para curarla.
El Rey
acompañó a Conrado a la cámara de la Princesa; el joven pidió vino generoso, y
echando las cenizas del sapo verde en la copa, las mezcló con el vino y se las dio
a beber a la Princesa. No bien ésta bebió el vino, cayó en un profundo y
reparador sueño, quedando libre por
completo de su enfermedad a las seis horas.
El Rey,
lleno de contento, le dijo:
- Es
verdad que has cumplido la primera parte; pero falta la segunda; es necesario
que surtas de agua al pueblo.
- Mañana
–contestó Conrado– el pueblo tendrá agua y la vega riego.
Y salió de palacio.
Al día siguiente, a las doce del día,
después de una excavación que mandó hacer en la plaza, encontró la veta de agua
y los campos secos tuvieron abundante riego.
El Rey no pudo negarse a cumplir su
palabra empeñada, y casó a Conrado con la Princesa.
Poco tiempo después, paseándose Conrado
por el campo, encontró a los camaradas que le habían maltratado y se dio a conocer.
Entonces los dos tunantes le pidieron perdón.
Era generoso y los perdonó, los llevó consigo y los dio comida y
vestidos, contándoles en seguida sus aventuras y lo que le había proporcionado
ser yerno del Rey.
Los dos camaradas se propusieron pasar igualmente una noche en la cruz
del Encinar, con la esperanza de ser felices. Habiendo ido a la cruz, no
tardaron en oír a las grullas revolotear sobre sus cabezas; una de ellas dijo a
las demás:
- Escuchad,
hermanas; es preciso que alguno haya oído nuestras conversaciones, porque la
hija del Rey ha sanado, el sapo ha desaparecido del estanque, muchos ciegos han
recobrado la vista y la ciudad próxima tiene ya agua abundante. Vamos a buscar
al curioso, y puede ser que le encontremos.
Entonces volaron hacia abajo y
encontraron dos hombres que no tuvieron lugar de escaparse. Se precipitaron
sobre ellos, les arrancaron los ojos a picotazos y no cesaron de acribillarlos hasta que estuvieron muertos.
Este apólogo nos enseña que el bueno y
el piadoso tienen su premio, y el malvado y el perverso sufren castigo tarde o
temprano en la vida, y sobre todo después de la muerte.
Este ha sido uno de los cuentos que me resultó mas difícil de encontrar. Buscando por internet logré hallarlo en una librería de viejo.Lo encargué y mi sorpresa fue mayúscula. No sabía que era un cuento de Calleja. Mi sorpresa aumentó con su historia. Era un cuento del año 1920, tan pequeño que solo mide 7 cm de alto.
Busqué más por internet y dí con este enlace:
http://es.wikipedia.org/wiki/Saturnino_Calleja
y con éste:
http://www.cuentosdecalleja.org/
No sabía lo que este hombre hizo por la cultura del país. Gracias a él, pude oírlo de los labios de mi abuela tantas veces y mis hijos de los de mi madre. Lo guardo como un tesoro para la siguiente generación.